El debate entre los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, Barack Obama y Mitt Romney, sorprendió por la victoria tan clara como inesperada del republicano, quien venía mostrando en la campaña una pronunciada tendencia por las torpes declaraciones. Obama estaba preparado para enfrentar a un extremista que supuestamente proponía disminuir los impuestos a los ricos y eliminar programas sociales al mismo tiempo que aumentar el gasto militar, pero se encontró con un contrincante que lo descolocó corriéndose al centro. Negando tajantemente que pretendiera disminuir cargas a los ricos y afirmando que buscaba, por el contrario, reducirles beneficios sociales y eliminarles privilegios.
El presidente no supo cómo responder. No lo ayudaban los resultados más que mediocres de los últimos años. Su administración había prometido que el estímulo fiscal de US$830 mil millones relanzaría la economía y reduciría el desempleo a menos de 7%, pero la recuperación desfallece y el desempleo sigue por encima del 8%. Obama también aseguró que el déficit fiscal se reduciría a la mitad en su mandato y este más bien se dobló. Incluso la oferta de reducir el costo de la prima de los planes de salud fue incumplido.
El argumento de Obama fue que el desastre heredado era tal que sin el enorme estímulo fiscal –ayudado por un uso libérrimo de una tercermundista “maquinita”– la economía hubiese caído en una depresión profunda. El hecho, sin embargo, es que se han acumulado un déficit fiscal y una deuda gigantescos solo para lograr un crecimiento pobre que hoy no pasa del 1,7%. Un bomba de tiempo inflacionaria que solo podría desactivarse gradualmente si la economía empieza a crecer a tasas mayores. Hay algunos signos en ese sentido: después del debate, por ejemplo, se reveló que las ventas de casas usadas habían subido 7,8% en agosto, pero son datos aislados que tienen aún que confirmarse en los meses siguientes.
Romney argumentó que la solución de la crisis no pasa por seguir aumentando el gasto, sino por reducir o eliminar programas que no aprueben un test de eficiencia, desregular la economía y reducir los impuestos a los pequeños negocios y a la clase media, a fin de que haya más inversión y más trabajo. Es la vieja discusión entre keynesianos y neoclásicos. Para Obama no hay manera de resolver esa ecuación si no se sube el impuesto a los ricos para un mayor gasto estatal, lo que es, a ojos de Romney, lo peor que se puede hacer si se quiere reactivar la economía.
Pese a la moderación acaecida en Romney, el contraste entre las posiciones fue claro y reflejó los dilemas que atraviesan la discusión pública en ese país, sobre todo en lo referido al rol del Estado. Hay en la tradición protestante y federal norteamericana una resistencia natural a construir un Estado nacional invasor del ámbito privado. Una resistencia que encuentra en la desregulación de la economía y en la privatización de los programas estatales la mejor forma de devolverle vitalidad a la iniciativa individual, incluso para las tareas de solidaridad social. Al menos durante el debate, Romney encarnó esta tradición.
Con todo, Romney no aceptó que su propuesta fuera –como lo acusó Obama– la de desmontar los programas de salud y seguridad social para los adultos mayores. Sí propuso, sin embargo, un sistema de vouchers para que los jóvenes pudiesen escoger qué servicios de salud y seguridad social quieren, si públicos o privados.
Romney parece haberse apartado a último minuto del radicalismo del Tea Party, obviamente para recuperar terreno en el centro. De todas maneras, la fuerte raigambre antiestatista de un sector importante de la sociedad norteamericana tiene la ventaja de mantener al país alejado de la tentación –que está encarnando Obama– de ir edificando ladrillo a ladrillo un estado de bienestar como el que se está derrumbando en Europa, abrumado por su propio peso.
Ese peso no existe todavía, al menos no en la medida europea, en Estados Unidos. Por eso, pese a todo, su economía viene creciendo mientras la mayor parte de la europea decrece y tiene el doble de niveles de desempleo. Por lo mismo, al tiempo que la crisis actual parece ser, en Europa, la del fin de un modelo de estado, en Estados Unidos su naturaleza no parece ir más allá del ámbito económico.
* Editorial «El Comercio» de PERÚ (6 Octubre 2012)